"Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he
perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo" Filipenses 3: 8
La senda que me convirtió en lo que soy
Dios, en el camino de conocimiento del evangelio, que
trazo para mí, fue depurando mis equivocadas creencias.
Inicialmente, en mi incipiente adultez, su revelación
natural y su semilla universal, me alejaron de un ateísmo heredado de mi
progenitor.
Posteriormente, Me mostró que la religión de mi madre, abuelos y de todos los
que conocía, adoraba equivocadamente a ídolos mudos.
Y entonces me llevó al desierto y conocí el "fuego extraño" de otros
que ofendían su Espíritu Santo.
Sin sacarme del árido terreno, me encontré después en medio de avariciosos
predicadores seguidos por hombres igual o más avariciosos y otros entregados al
príncipe de este mundo, solo para satisfacer su ego y su carne. La intención
del Padre para conmigo era que quedará en mi memoria la ruta del camino ancho
que conduce a la perdición para prevenir a los que pondría delante mío en el
futuro.
Habiendo salido de allí por obra del Espíritu de Dios, me encontré en terrenos
algo más fértiles, conocí la denominación Bautista. Descanse entre
personas diáfanas y amorosas que me enseñaron lo que es la Koinonia. Durante
algún tiempo repose en ese oasis y en sus aguas baje con Cristo,
para que quedará en mí, su sello, que trajo consigo que los míos y los que me
rodeaban se percataran que mi entrega al evangelio no era mero arrebato.
Pero El Señor me tenía más y colocó en mi corazón, molestia y rechazo al libre
albedrio, con el que allí las personas consideraban su salvación.
Deje aquel lugar lleno de amigos, y estando solo, con la
iluminación del Espíritu, me interne en su bendita Palabra. Los hermosos
versículos sobre elección y predestinación se iluminaron ante mí, de tal manera
que fui lleno de indescriptibles emociones. De alegría y llanto. Iguales a
las emociones del niño que destapa sus regalos navideños, o, sin
exagerar, las del portugués Magallanes, cuando descubrió el estrecho oceánico
que lleva su nombre.
Luego, con afán, con las ansias de devorar todas sus palabras, se fueron
descubriendo ante mis ojos los versos que hablaban de su soberanía, sus
atributos, la expiación de su hijo y la obra regeneradora de su Espíritu.
Y entonces comprendí que yo, piltrafa humana, había sido justificado por el
Padre, a través de su ira desatada sobre Cristo. Jesús murió
por mí. Quebrantado me encontraba.
Ya no era un oasis, era la misma fuente de agua viviente a la que Dios me llevo
para quedarme. Arrepentido, me aleje de lo que aún me ataba a los hábitos
de este mundo.
Había otro regalo que tampoco merecía: su Santo Espíritu me acompañaría hasta
el final, ya era demasiado. Lo glorificaría en santidad por su fruto y para
siempre.
Me vi gozoso de las mismas dádivas de bíblicos hombres del antiguo pacto y de
aquellos apóstoles que en el nuevo, fueron iluminados y fundaron la iglesia a
la que ahora pertenecía.
Quise ver a cuantos más, fuera de las escrituras, les había
ocurrido lo que a mí. Y he aquí que mi Padre me tenía más sorpresas. Viajando a
través de la historia del credo cristiano, conocí a grandes hombres, unos
apologistas que preservaron la sana doctrina, otros mártires que dieron su vida
por Jesucristo, otros eruditos que iniciaron la hermenéutica y la exégesis
correcta.
Aprendí que, en los 3 primeros siglos, los cristianos mantuvieron el evangelio
limpio de contaminaciones y crecieron en número. A un costo alto eso sí. El de
la persecución, cautiverio, tortura y muerte a manos de los romanos.
Conocí en la historia, a hombres, algunos de ellos mártires, que además de no
negar a Cristo, escribieron grandes obras exegéticas que sirvieron de base
a eruditos posteriores. Hombres como Clemente, Ireneo, Ignacio, Justino Mártir,
Policarpo y Agustín de Hipona, defendieron la Fe cristiana, la difundieron en
medio de las dificultades y la conservaron.
Aprendí que la cristiandad estuvo 1000 años bajo el yugo de la oscuridad a la
que la sometió el paganismo católico romano, contaminando el evangelio y sus
rituales.
Y en esta retrospectiva conocí a John Hus, John Wicliffe, Pedro Valdo y
Girolamo Savonarola, quienes marcaron la senda que me llevó a LA REFORMA.
Al leer los escritos que me describían y narraban lo que era, contemple su
belleza, que glorificaba al creador. La reforma era la
manifestación inconfundible de la Justicia y la Soberanía de Dios. Era el
regreso a la SENDA ANTIGUA, a su Gracia, a su Gloria y la de su hijo. De vuelta
a la fe salvificadora, a las escrituras, a su autoridad, inerrancia y
suficiencia, al evangelio primitivo, a través de hombres valientes enfrentados
al papado, con la consigna de las “5 solas” como
estandarte.
La justicia de Dios había llegado. Daba gusto leer como las cosas se
colocaban en orden. Y en esa lectura, brotaron como flores de primavera los que
constituirían la generación esplendida llamada “Los reformadores”:
Martín Lutero, quien prendió la mecha, Juan Calvino, con su pluma que
llevaba la excelsa exégesis, Ulrico Zwinglio, Gillermo Farel, John Knox, Pedro
Valdo, Teodoro de Beza, entre otros.
De una cosa tenía absoluta certeza: LA REFORMA es para siempre.
Porque la fe reformada, ha sido y es para mí obra divina, en la que el creador
devolvió a sus criaturas su revelación especial para ser constituidos sus
hijos.
Por inercia y habiendo empezado a transitar un camino sin regreso: el
del evangelio de Cristo y el conocimiento de la palabra, me introduje de
lleno en estos magníficos Reformadores. Comprobé que las
enseñanzas bíblicas que en el pasado Dios me había mostrado, ahora
tomaban nombre propio: “Doctrinas de la Gracia”. Y detrás de
ellas estaba Juan Calvino y su don interpretativo. El manjar
de la teología iluminada en la escritura, estaba servido para mí.
Sí. Había otros que experimentaron lo que yo. Y magistralmente lo
plasmaron en obras literarias que enriquecieron y facilitaron el conocimiento
de la Palabra del Señor. Me identifique de inmediato con sus principalísimos
postulados. La exégesis de Calvino sobre soteriología y soberanía de Dios,
serían la brújula que el Padre trazó para quienes fuimos colocados por Él en el
camino irreversible del Evangelio de su hijo amado.
Pero por sobre la brújula calvinista, el Espíritu de Dios
iluminó la palabra en mis manos, y pues encontré algunos postulados de
Calvino con los que difería. La certeza del error en ellos, era la misma
sensación que tuve años atrás, con el libre albedrío en aquella hermosa
Iglesia Bautista arminiana.
Aprendí que la inerrancia y la infalibilidad eran exclusivos de los autores
bíblicos y que los reformadores fueron susceptibles al error, pues solo fueron
iluminados, mas no inspirados.
Veía con claridad en las escrituras, la doctrina del bautismo de creyentes
(credo-bautismo) y se me mostraban forzados los argumentos que soportaban el
paidobautismo (bautismo de infantes).
De hecho, tenía un pasado Bautista, en el que aprendí la aplicación correcta
que la iglesia debe dar a la ordenanza del bautismo. Adicionalmente, no
vislumbré en las escrituras soporte para el modelo de gobierno teocrático que
propuso Calvino y que alcanzó a montar en Ginebra con no muy buenos resultados
y que fue la base para el gobierno eclesial de la iglesia Presbiteriana.
Estos 2 factores confirmaron en mi la seguridad de alinearme, no solo con
la Fe Reformada, sino además de con Identidad Credo-Bautista.
En mi caso, habiendo estudiado el origen y desarrollo de la
Identidad Bautista (ubicado en el separatismo puritano ingles del siglo XVII),
no me cabe duda que tiene históricamente una Fe reformada, desde cuando se les
conocía como "Bautistas particulares" por aquello de la expiación
particular. El credo de los Bautistas Reformados quedó plasmado en la Confesión
de FE de Londres en 1689, aún más depurada que la presbiteriana de Westminster
(1646), pues se corrigieron, con exégesis escritural, las doctrinas que nos
diferencian de los presbiterianos (bautizo de infantes, teología pactual,
gobierno eclesial, entre otros).
Hoy día, por la gracia de nuestro Señor, el CAMINO SIN
RETORNO se ha llenado de edificantes vivencias. Mis días los trajino
reunido en asamblea, constituyéndonos en Iglesia, con otros que, como yo,
desean adorar en Espíritu y en verdad a Dios, crecer en Fe, Santidad y en el conocimiento
de su preciosa Palabra y dentro del marco de la IDENTIDAD REFORMADA
CREDO-BAUTISTA. También Dios me ha dado el valioso ministerio de difundir el
Evangelio de Cristo y el Credo Bautista Reformado, a través de las redes
sociales. Lo cual he tomado con toda la seriedad y responsabilidad que ello
conlleva, pues, así como alguna vez, en el pasado, Dios permitió la invención
de la Imprenta que llevó la Biblia al pueblo, así Dios permitió el desarrollo
de la tecnología al servicio de la información. Que den cuenta de ello ante
nuestro Señor aquellos que mal la usan. Sin embargo, para mi representa grandes
desafíos, intenso trabajo, inmensa satisfacción y sobre todo el gozo de ser un
siervo inútil de nuestro Señor Jesús. GLORIA A DIOS.
Cesar Augusto Ángel
Versión original septiembre 16 de 2015
Actualizado 4 noviembre de 2022
Quien esté interesado en conocer el origen e historia de los
Bautistas reformados, le recomiendo el excelente trabajo del Pastor Eduardo
Flores, que podrá encontrar en el siguiente enlace:
Si desea saber que es una Iglesia Bautista Reformada, puede ir al siguiente
enlace.
Se permite su reproducción, para fines sin ánimo de lucro y
citando el autor y la procedencia.
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