Hemos defendido la verdad de que Dios tiene una sola
voluntad acerca de la salvación y la condenación. Él no puede querer la
salvación de los hombres (en el evangelio) y no querer la salvación de los
hombres (en la predestinación).
Hay, sin embargo, una distinción legítima que se hizo en el
tema de la voluntad de Dios. La Escritura utiliza la palabra voluntad para
referirse no sólo a los decretos de Dios, sino también a sus preceptos. Sus
preceptos, también, son Su voluntad para nuestras vidas, aunque en un sentido
diferente.
En sus decretos Dios quiere que ocurran ciertas cosas para
nuestras vidas en el sentido de que Él soberanamente las determina. En Su Ley
también quiere ciertas cosas para nosotros, pero en el sentido de que Él las
ordena.
Efesios 1:5 habla de Su voluntad decretiva1
“en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad”
Mateo 7:21 habla de su voluntad preceptiva.
“No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos”.
Sus decretos revelan lo que se propone hacer mientras
que sus preceptos revelan lo que el hombre debe hacer. Su voluntad
decretiva incluye todo lo que Dios ha preordenado y que eso ocurrirá. Su
voluntad preceptiva revela todo lo que el hombre debe de hacer y ser.
Esta distinción se utiliza a veces en defensa de la idea de
que Dios tiene dos voluntades contradictorias: que Él ordena (quiere) que todos
los que oigan el evangelio crean en Jesucristo mientras al mismo tiempo ha
decretado (quiso) que algunos no creerán.
Consideramos que esto es jugar con las palabras ya que el
mandato y el decreto son dos cosas diferentes, aunque la palabra querer se
utiliza para referirse a ambos. En el caso del decreto, la palabra querer se
refiere a lo que Dios ha determinado eternamente. En el caso de su mandato, se
refiere a lo que es aceptable y agradable ante Él. Estas dos no son lo mismo y
con todo no existe conflicto entre ellas. Puede ser cierto que Dios manda lo
que Él no ha decretado, pero aun así no hay conflicto alguno. ¿Por qué? Debido
a que el precepto no es una palabra vacía sino más bien algo que Dios usa para
cumplir su decreto.
Para decirlo más claramente, cuando Dios le ordena a alguien
creer, esa orden, o bien; lo atrae irresistiblemente a Cristo en la fe
salvadora (Juan 6:44), o lo endurece en incredulidad (Romanos 9:18;2 Corintios
2:15-16), cumpliendo así con lo que Dios tiene decretado. Por lo tanto, no
existe conflicto en absoluto.
Tampoco hay ningún conflicto en la práctica. Cuando alguien
se enfrenta a las exigencias del Evangelio, sólo tenemos que saber que la fe es
lo que Dios requiere de nosotros.
Debemos creer o pereceremos. Lo que Dios ha decretado no es
nuestra preocupación y no puede ser nuestra preocupación cuando se enfrente a
Sus justos preceptos. Nosotros vivimos por sus órdenes, no por sus decretos.
En la búsqueda de consuelo y seguridad, estamos entonces
pensativos con el decreto de Dios. Luego debemos ver que la fe y la obediencia son
los frutos del decreto de la elección de Dios, viendo en fe, arrepentimiento y
santidad la prueba de nuestra elección.
Por Ronal Hanko
Tomado de Doctrine According to Godliness (Doctrina
según la piedad) por Ronald Hanko, pp. 79-80.
Título en inglés: God’s Will of Command and Will of Decree.
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