Versículo bíblico base:
“Porque
esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, 4 el cual quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” 1 Timoteo
2: 3-4
En su función preceptiva, la
voluntad de Dios realiza un servicio triple. En primer lugar, define
comprensivamente lo que es moral y apropiado (Esdras 10:11; Sal. 5:4). En
segundo lugar, demanda abiertamente lo mismo de todas criaturas morales (Ez.
10:23; 33:11). Y, en tercer lugar, sinceramente desea su obediencia (Ez. 18:23;
33:11; He. 13:21).
En su función decretiva, la
voluntad de Dios lleva a cabo una tarea básica y vital: diseñar y determinar
todo cuanto ocurre en la historia (1Sam. 2:25; Hch. 2:23; 4:27-28; Ef. 1:11;
Sant. 4:15; 1P. 2:8-9). Ningún hombre puede frustrar o revertir los designios
de Dios comprendidos en Sus decretos (Job 23:13; Sal. 115:3; 135:6; Is. 14:24;
Dn. 4:35; Rom. 9:18-20, 22). Esa es la enseñanza de Pablo en este pasaje clave
de Romanos 9:
“De manera que de quien quiere,
tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por
qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh
hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al
que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre
el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?
¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con
mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Rom. 9:18-22).
Hay una aparente contradicción
aquí que no podemos pasar por alto. En lo tocante a la soberanía de Dios sobre
el pecado, Pablo NO dice en este pasaje simplemente que Dios permite el pecado
humano, sino que el pecado es parte de Su voluntad: “Porque, ¿quién ha
resistido Su voluntad?” (comp. Gn. 50:20; Hch. 2:23; 4:28).
La pregunta que se deriva de la
mente natural ante esta es declaración es la que Pablo pone en boca de su
antagonista imaginario en el texto: “¿Por qué, pues, inculpa?” En otras
palabras, ¿por qué se trata como culpables a los hermanos de José (Gn. 50:20),
o a los Asirios (Is. 10:7), o a Faraón (Rom. 9:14-18), o a los malvados que
crucificaron al Señor (Hch. 2:23; 4:28)? ¿Acaso no estaban haciendo todos ellos
la voluntad de Dios? Sí, pero sólo en un aspecto.
Ellos estaban cumpliendo Su
voluntad decretiva, a la vez que violentaban Su voluntad preceptiva que prohíbe
el pecado. Dios no deseó que ellos pecaran (Sal. 40:7; 51:6). Él no encuentra
placer alguno en el pecado, sino que lo aborrece (Sal. 5:4). Más aún, Dios
mismo declara que estos hombres fueron responsables y, por lo tanto, culpables
de sus pecados (Is. 10:7; Mt. 7:21).
Esa misma tensión la vemos en el
despliegue de Su voluntad respecto a la salvación de los pecadores. En Su
voluntad decretiva Dios incluye la salvación de Sus elegidos; Él “tiene
misericordia de quien quiere tener misericordia”; sin embargo, en Su voluntad
preceptiva sinceramente llama a los pecadores indiscriminadamente para que
vengan a Cristo en arrepentimiento y fe.
En las Escrituras vemos
claramente que Dios, no solo manda y requiere que los pecadores sin distinción
se arrepientan, sino que lo desea, ese sería Su placer. Dios dice claramente en
Ez. 18:32 que Él no se complace en la muerte del que muere (comp. Ez. 18:23, 32;
33:11; Rom. 2:4). Incluso asegura que Él se propuso que los pecadores le buscaran
(Hch. 17:27), y que hace cosas con esa intención (Jn. 5:34).
De manera que Dios incluyó en Su
decreto cosas en las que no encuentra placer, como el pecado y la condenación
de los impíos (Gn. 6:5-6; jue. 10:17; Os. 11:8; por solo citar algunos). Él escogió
a algunos para salvación y soberanamente decidió dejar a los demás en su justa
condenación, aun cuando en Su voluntad dice incluso a los réprobos: “Yo les
mando y deseo que se arrepientan y sean salvos. Yo no quiero que mueran en sus
delitos y pecados y perezcan para siempre”.
Algunos presuponen que, si Dios
ordena a los hombres que se arrepientan, debe ser porque el hombre posee en sí
mismo, sin una obra previa de regeneración, la capacidad de responder al
llamado. Pero una cosa no necesariamente implica la otra. En Debut. 27:1 Dios
ordenó al pueblo de Israel por medio de Moisés: “Guardaréis todos los
mandamientos que yo os prescribo hoy”. Y luego añadió: “Maldito el que no
confirmare las palabras de esta ley para hacerlas” (Debut. 27:26). Y otra vez: “Aplicad
vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las
mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de
esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley
haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán,
para tomar posesión de ella” (Debut. 32:45-47).
¿Implican estos textos que el
hombre posee la capacidad de obedecer perfectamente la ley de Dios, de
principio a fin? Obviamente no (comp. Gal. 3:10; Sant. 2:10). Pero esa sigue
siendo la exigencia de la ley. ¿Cuál es, entonces, la intención de Dios al
revelar al hombre pecador e impotente Su voluntad preceptiva? Que vea su
impotencia y busque la salvación que Él ha provisto en Cristo. ¿Pero para qué
hace eso, si el hombre tampoco tiene la capacidad de buscar por sí mismo la
salvación que hay en Cristo? Porque Dios ha prometido usar ese llamado
universal del evangelio para obrar eficazmente en el pecador, de manera que
éste sea movido en su voluntad a responder al llamado del evangelio (1Cor.
1:17-25)
Es indudable que estas enseñanzas
bíblicas levantarán cuestionamientos, pero si vamos a ser fieles a Dios
enseñando todo Su consejo, no podremos evadir esta tensión.
Ahora bien, es importante señalar
que no existe en realidad ninguna contradicción en esta doctrina de las
Escrituras, sino un misterio. Es por causa de nuestras limitaciones que no
podemos comprender la relación que existe entre estos dos aspectos de la voluntad
de Dios. Noten la respuesta que Pablo da a esta inquietud en el pasaje de
Romanos 9. En vez de mostrar simpatía hacia el objetor o tratar de responder a
su objeción, Pablo lo pone en su lugar:
“Mas antes, oh hombre, ¿quién
eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por
qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para
hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si
Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha
paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Rom. 9:20-22).
En otras palabras, Pablo dice a
su objetor algo como esto: “No fuiste tú el que creó a Dios, sino que Él te
creó a ti. Por lo tanto, el que tiene que dar cuentas de su proceder eres tú,
no Dios. No actúes como si Dios te debiera una explicación o como si estuvieras
sentado en un trono desde donde puedes juzgar las acciones de Dios, porque es
exactamente al revés: Dios es el Juez, Él está sentado en el trono y Él te
juzgará a ti”.
No obstante, el pastor Greg
Nichols (cuyas notas de teología he usado abundantemente en esta entrada), nos
da una nota de cautela aquí: “Recuerda que el siervo del Señor no debe ser
contencioso, sino amable. Pablo reprende al rebelde orgulloso, no al cristiano
con un corazón tierno que está confundido. Aprendamos a distinguir las
interrogantes perplejas y piadosas de un cristiano de las objeciones arrogantes
de los hombres que retan a Dios”.
Por Sugel Michelén
© Por Sugel Michelén. Todo
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