Quiere Dios que todos los hombres sean salvos? - Evangelio primitivo blog de Cesar Ángel

martes, 4 de abril de 2023

Quiere Dios que todos los hombres sean salvos?



Versículo bíblico base:

“Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, 4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” 1 Timoteo 2: 3-4


Para responder a la pregunta del titulo de esta publicación, de manera bíblica, debemos hacer algunas distinciones importantes sobre el querer de Dios. Como hemos dicho en entradas anteriores al tratar con este mismo tema, la Biblia nos revela dos aspectos complementarios sobre la voluntad de Dios: Su función decretiva y su función preceptiva. (Para ampliar el tema de la voluntad preceptiva y la voluntad decretiva haga clic AQUÍ)

 

En su función preceptiva, la voluntad de Dios realiza un servicio triple. En primer lugar, define comprensivamente lo que es moral y apropiado (Esdras 10:11; Sal. 5:4). En segundo lugar, demanda abiertamente lo mismo de todas criaturas morales (Ez. 10:23; 33:11). Y, en tercer lugar, sinceramente desea su obediencia (Ez. 18:23; 33:11; He. 13:21).

 

En su función decretiva, la voluntad de Dios lleva a cabo una tarea básica y vital: diseñar y determinar todo cuanto ocurre en la historia (1Sam. 2:25; Hch. 2:23; 4:27-28; Ef. 1:11; Sant. 4:15; 1P. 2:8-9). Ningún hombre puede frustrar o revertir los designios de Dios comprendidos en Sus decretos (Job 23:13; Sal. 115:3; 135:6; Is. 14:24; Dn. 4:35; Rom. 9:18-20, 22). Esa es la enseñanza de Pablo en este pasaje clave de Romanos 9:

 

“De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Rom. 9:18-22).

 

Hay una aparente contradicción aquí que no podemos pasar por alto. En lo tocante a la soberanía de Dios sobre el pecado, Pablo NO dice en este pasaje simplemente que Dios permite el pecado humano, sino que el pecado es parte de Su voluntad: “Porque, ¿quién ha resistido Su voluntad?” (comp. Gn. 50:20; Hch. 2:23; 4:28).

 

La pregunta que se deriva de la mente natural ante esta es declaración es la que Pablo pone en boca de su antagonista imaginario en el texto: “¿Por qué, pues, inculpa?” En otras palabras, ¿por qué se trata como culpables a los hermanos de José (Gn. 50:20), o a los Asirios (Is. 10:7), o a Faraón (Rom. 9:14-18), o a los malvados que crucificaron al Señor (Hch. 2:23; 4:28)? ¿Acaso no estaban haciendo todos ellos la voluntad de Dios? Sí, pero sólo en un aspecto.

 

Ellos estaban cumpliendo Su voluntad decretiva, a la vez que violentaban Su voluntad preceptiva que prohíbe el pecado. Dios no deseó que ellos pecaran (Sal. 40:7; 51:6). Él no encuentra placer alguno en el pecado, sino que lo aborrece (Sal. 5:4). Más aún, Dios mismo declara que estos hombres fueron responsables y, por lo tanto, culpables de sus pecados (Is. 10:7; Mt. 7:21).

 

Esa misma tensión la vemos en el despliegue de Su voluntad respecto a la salvación de los pecadores. En Su voluntad decretiva Dios incluye la salvación de Sus elegidos; Él “tiene misericordia de quien quiere tener misericordia”; sin embargo, en Su voluntad preceptiva sinceramente llama a los pecadores indiscriminadamente para que vengan a Cristo en arrepentimiento y fe.

 

En las Escrituras vemos claramente que Dios, no solo manda y requiere que los pecadores sin distinción se arrepientan, sino que lo desea, ese sería Su placer. Dios dice claramente en Ez. 18:32 que Él no se complace en la muerte del que muere (comp. Ez. 18:23, 32; 33:11; Rom. 2:4). Incluso asegura que Él se propuso que los pecadores le buscaran (Hch. 17:27), y que hace cosas con esa intención (Jn. 5:34).

 

De manera que Dios incluyó en Su decreto cosas en las que no encuentra placer, como el pecado y la condenación de los impíos (Gn. 6:5-6; jue. 10:17; Os. 11:8; por solo citar algunos). Él escogió a algunos para salvación y soberanamente decidió dejar a los demás en su justa condenación, aun cuando en Su voluntad dice incluso a los réprobos: “Yo les mando y deseo que se arrepientan y sean salvos. Yo no quiero que mueran en sus delitos y pecados y perezcan para siempre”.

 

Algunos presuponen que, si Dios ordena a los hombres que se arrepientan, debe ser porque el hombre posee en sí mismo, sin una obra previa de regeneración, la capacidad de responder al llamado. Pero una cosa no necesariamente implica la otra. En Debut. 27:1 Dios ordenó al pueblo de Israel por medio de Moisés: “Guardaréis todos los mandamientos que yo os prescribo hoy”. Y luego añadió: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas” (Debut. 27:26). Y otra vez: “Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella” (Debut. 32:45-47).

 

¿Implican estos textos que el hombre posee la capacidad de obedecer perfectamente la ley de Dios, de principio a fin? Obviamente no (comp. Gal. 3:10; Sant. 2:10). Pero esa sigue siendo la exigencia de la ley. ¿Cuál es, entonces, la intención de Dios al revelar al hombre pecador e impotente Su voluntad preceptiva? Que vea su impotencia y busque la salvación que Él ha provisto en Cristo. ¿Pero para qué hace eso, si el hombre tampoco tiene la capacidad de buscar por sí mismo la salvación que hay en Cristo? Porque Dios ha prometido usar ese llamado universal del evangelio para obrar eficazmente en el pecador, de manera que éste sea movido en su voluntad a responder al llamado del evangelio (1Cor. 1:17-25)

 

Es indudable que estas enseñanzas bíblicas levantarán cuestionamientos, pero si vamos a ser fieles a Dios enseñando todo Su consejo, no podremos evadir esta tensión.

 

Ahora bien, es importante señalar que no existe en realidad ninguna contradicción en esta doctrina de las Escrituras, sino un misterio. Es por causa de nuestras limitaciones que no podemos comprender la relación que existe entre estos dos aspectos de la voluntad de Dios. Noten la respuesta que Pablo da a esta inquietud en el pasaje de Romanos 9. En vez de mostrar simpatía hacia el objetor o tratar de responder a su objeción, Pablo lo pone en su lugar:

 

“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Rom. 9:20-22).

 

En otras palabras, Pablo dice a su objetor algo como esto: “No fuiste tú el que creó a Dios, sino que Él te creó a ti. Por lo tanto, el que tiene que dar cuentas de su proceder eres tú, no Dios. No actúes como si Dios te debiera una explicación o como si estuvieras sentado en un trono desde donde puedes juzgar las acciones de Dios, porque es exactamente al revés: Dios es el Juez, Él está sentado en el trono y Él te juzgará a ti”.

 

No obstante, el pastor Greg Nichols (cuyas notas de teología he usado abundantemente en esta entrada), nos da una nota de cautela aquí: “Recuerda que el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable. Pablo reprende al rebelde orgulloso, no al cristiano con un corazón tierno que está confundido. Aprendamos a distinguir las interrogantes perplejas y piadosas de un cristiano de las objeciones arrogantes de los hombres que retan a Dios”.

Por Sugel Michelén


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